Volvía a ser un viernes noche en el
local de la asociación cuando tomé el zepelín a Tundra Boreal,
previo paso por caja para “comprar” la expansión. Mientras los
otros colegas seguían con sus PJs yo me presentaba en Warsong Hold
y empezaba a limpiar los alrededores de arañas y otros bichos.
Para mí, Terrallende había sido una
mera continuación del mundo clásico:
las mecánicas de juego eran las mismas, el sistema de questeo, etc.
En Rasganorte ya había cambios importantes. Las quests no estaban
tan dispersas, el hilo de la historia estaba geográficamente
próximo. Y precisamente la historia era el punto fuerte de la
expansión. Todas las zonas, todas, estaban impregnadas de la
historia del Rey Exánime. Aunque cada zona tenía sus hilos
argumentales paralelos (tanto de los visitantes del sur, como de los
nativos del continente helado) el hilo conductor de Arthas y la Plaga
siempre era visible. Viniendo además del Warcraft 3 se entiende que
Arthas haya sido el villano más carismático de toda la historia del
WoW.
Los
primeros pasos en Tundra fueron algo agónicos. El nivel era algo
superior al que tenía, y a mitad de zona se me ocurrió ir a
Fiordo, donde iba sobrado de nivel. Luego Cementerio de Dragones,
pasar otra vez por Tundra para terminar las quests de Taunka'le, y
otra vez a Cementerio. Allí me encontré de nuevo con el problema de
las quests élites: por mucho que spamease el /1 y el /4 buscando
grupo, hasta que no vino un colega con su 80 a ayudarme no pude matar
ni al magnatauro, ni a ninguno de los otros élites de la zona.
Incluso los bichos finales de algunas cadenas de quest me costaron lo
suyo. En aquel momento la gente ya estaba por Ulduar, y poco después
se abriría el Coliseo Argenta. Antes ya había tenido pegas para
deshacerme de bichos como Glacion (no recuerdo cuantas muertes me
costó esa ciudadela con el warro; luego con la hunter fue como una
seda) o Ursoc (tuve la suerte de encontrarme con unos alis que lo
acababan de matar y se quedaron a ayudarme cuando era mi turno).
Lo que
más me sorprendió fue el phasing.
Ya casi era nivel 80 cuando un colega me dijo que tenía que hacer
las quests de la Vanguardia Argenta, y hacia allí me dirigí. Hice
el primer conjunto de misiones, defendiendo la fortaleza del ataque
de arañas y otros bichos, y yendo luego al otro lado de la Brecha a
preparar el asalto, hasta uno de los momentos más épicos que
recuerdo del juego: la toma del Pináculo del Cruzado. No es que
fuese particularmente difícil derrotar las oleadas de bichos de la
Plaga, pero me emocionó
ver cómo aparecía el Pináculo y nuevos personajes después de mis
acciones. El progreso en Corona de Hielo me sorprendió aún más: la
conquista de Shadow Vault, las misiones frente a la Catedral... y mi
particular descubrimiento de las diarias.
Continuará.
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