viernes, 29 de marzo de 2013

Al norte, señorita Teschmacher: un soplo de aire fresco. Demasiado fresco.

Después del periplo extraterrestre por Terrallende era el momento de volver a la Tierra (bueno, a Azeroth). Casi del mismo modo que al nivel 58 me sugirieron dejar de “perder el tiempo” y que cruzase el Portal, al 68 me sugirieron ir ya a Rasganorte.

Volvía a ser un viernes noche en el local de la asociación cuando tomé el zepelín a Tundra Boreal, previo paso por caja para “comprar” la expansión. Mientras los otros colegas seguían con sus PJs yo me presentaba en Warsong Hold y empezaba a limpiar los alrededores de arañas y otros bichos.

Para mí, Terrallende había sido una mera continuación del mundo clásico: las mecánicas de juego eran las mismas, el sistema de questeo, etc. En Rasganorte ya había cambios importantes. Las quests no estaban tan dispersas, el hilo de la historia estaba geográficamente próximo. Y precisamente la historia era el punto fuerte de la expansión. Todas las zonas, todas, estaban impregnadas de la historia del Rey Exánime. Aunque cada zona tenía sus hilos argumentales paralelos (tanto de los visitantes del sur, como de los nativos del continente helado) el hilo conductor de Arthas y la Plaga siempre era visible. Viniendo además del Warcraft 3 se entiende que Arthas haya sido el villano más carismático de toda la historia del WoW.

Los primeros pasos en Tundra fueron algo agónicos. El nivel era algo superior al que tenía, y a mitad de zona se me ocurrió ir a Fiordo, donde iba sobrado de nivel. Luego Cementerio de Dragones, pasar otra vez por Tundra para terminar las quests de Taunka'le, y otra vez a Cementerio. Allí me encontré de nuevo con el problema de las quests élites: por mucho que spamease el /1 y el /4 buscando grupo, hasta que no vino un colega con su 80 a ayudarme no pude matar ni al magnatauro, ni a ninguno de los otros élites de la zona. Incluso los bichos finales de algunas cadenas de quest me costaron lo suyo. En aquel momento la gente ya estaba por Ulduar, y poco después se abriría el Coliseo Argenta. Antes ya había tenido pegas para deshacerme de bichos como Glacion (no recuerdo cuantas muertes me costó esa ciudadela con el warro; luego con la hunter fue como una seda) o Ursoc (tuve la suerte de encontrarme con unos alis que lo acababan de matar y se quedaron a ayudarme cuando era mi turno).

Lo que más me sorprendió fue el phasing. Ya casi era nivel 80 cuando un colega me dijo que tenía que hacer las quests de la Vanguardia Argenta, y hacia allí me dirigí. Hice el primer conjunto de misiones, defendiendo la fortaleza del ataque de arañas y otros bichos, y yendo luego al otro lado de la Brecha a preparar el asalto, hasta uno de los momentos más épicos que recuerdo del juego: la toma del Pináculo del Cruzado. No es que fuese particularmente difícil derrotar las oleadas de bichos de la Plaga, pero me emocionó ver cómo aparecía el Pináculo y nuevos personajes después de mis acciones. El progreso en Corona de Hielo me sorprendió aún más: la conquista de Shadow Vault, las misiones frente a la Catedral... y mi particular descubrimiento de las diarias.

Continuará.

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